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11/10/08

EL LUTO de Antonio Rengifo Balarezo

Ya había transcurrido más de media hora y Haydee no aparecía. La estaba esperando en la cafetería del Centro del Adulto Mayor de San Isidro. A mí me impacienta y me agota físicamente, esperar. Me pone de mal humor. Más aún cuando tengo muchas ganas de bailar y la orquesta se está desperdiciando. Miraba a cuanta persona entraba a la cafetería con la esperanza de que fuese Haydee. Cuando en ese momento ingresaron dos señoras que se sentaron en la mesa vecina a la mía. Aunque sin proponérselo, pusieron fin a mi mal humor que había estado creciendo conforme transcurría el tiempo. Concitaron mi atención a tal punto que me olvidé del malestar de la espera, y, por supuesto, también de Haydee.

Una de ellas llevaba la voz cantante. Destacaba por su arreglo personal y porque hablaba con todo el cuerpo. En cambio, la otra, solo abandonaba su actitud receptiva para hurgar nerviosamente en una carterita llena de medicamentos y pescar con avaricia una pastilla o una cápsula que ingería casi automáticamente, sin beber agua y como quien comulga. Imaginé que la primera debía llamarse Conchita y la segunda, Remedios. Hacia ellas dirigí mi antena parabólica para observarlas.

Conchita era de estatura femenina estándar, es decir, portátil y maniobrable. Piel alabastrina y lustrosa. Lucía traje negro de encaje con forro traslúcido, escote generoso y festonado; coquetón collar de chaquiras rojas que subían y bajaban al ritmo de su respiración, acunadas en sus oferentes pechos. Su cabellera gris perla y ondulada enmarcaba los ojos delineados de color negro y un lunar agitanado cerca a la comisura de su boca enfatizaba sus labios sinvergüenzones, embadurnados con carmín y expuestos sin avaricia. Sus ojos cambiaban, como un caleidoscopio, cuando cambiaban sus emociones. Era una mujer con vida.

Para pronunciar la feminidad de sus caderas se había ajustado el vestido con un cinturón negro adornado con un fauno labrado en la hebilla. Su vestido era de buena caída y perfilaba la curvatura luciferina de su derrière. El vestido dejaba ver sus poderosas rodillas. No necesitaba un pliegue o abertura insinuante para llamar la atención masculina. Bastaba su sola presencia. Mantenía trapío, a pesar de los años.

No sé por qué, me entró curiosidad por saber cómo sería el marido de una mujer como Conchita. Supuse que era casada; a pesar que a mí no me interesa saber el estado civil de nadie; además, considero a la convivencia conyugal como si fuera el pecado original. De pronto, interrumpí esta especulación para captar el diálogo que a sottovoce se había suscitado entre ambas señoras. Hacia ellas dirigí mi antena parabólica.

Escuché decir a Conchita

·
Mis hijas no quieren que venga al Centro del Adulto Mayor porque paro en fiestas, cumpleaños y paseos y descuido la casa y a su papá. El asunto ha llegado a tal punto que mi marido ha adelantado la herencia a mis hijas; pero eso a mí no me importa ¡yo sigo viniendo a nuestro Centro del Adulto Mayor! Es como mi segundo hogar.

La última frase la enfatizó con un golpe de puño en la mesa. Remedios atinó a ponderarla, aunque tomó una cierta distancia.

· ¡Tú sí que eres valiente y desinteresada!. Vives el momento con entusiasmo. Yo, por mi parte, con tantos males y tantas enfermedades estoy llena de temores, angustias y ciertos reparos...

Conchita le brindó a su amiga una explicación de su actitud.

·
¡Ay, hija, para lo que nos queda de vida!. Estamos en la época de usar todo, todo y brindar T O D O, así como lo escuchas. Aunque no deba decirlo, yo siempre he sido generosa. Además, no tengo ningún sentimiento de culpa, asumo las consecuencias de mis actos. Yo ya cumplí. Logré un apacible y pulcro hogar; además, me consagré a la educación de mis hijas; aunque frustré mis estudios de arquitecta. Cuando fuimos novios me prometió que me apoyaría para que continuara mis estudios. Pero, luego de casados y con mis hijas pequeñas, no fue así.


A mi marido, ahora que se ha jubilado y se siente viejo, le ha dado por estar metido en la casa dándome instrucciones por cosas nimias y hasta en asuntos que no son de su competencia. Imagínate! Critica mi manera de cocinar cuando antes nunca lo había hecho. Sin embargo, quiere que viva pendiente de él las 24 horas y él lo único que hace en la casa es estar apoltronado mirando televisión todo el santo día y revisando el obituario de El Comercio. Todos los días quiere que le indique el horario de sus pastillas para la diabetes y la hipertensión.

Fue muy trabajador y aprovisionó de todo a nuestro hogar. Nunca carecimos de nada. Pero, como dice el refrán, “el trabajo sin reposo convierte a Juan en un zonzo”. Trabajó toda su vida en organismos internacionales muy bien remunerado diseñando proyectos de inversión. Tanto trabajó en eso que se volvió, con el tiempo, en monotemático. Únicamente hablaba de “la tasa de retorno”, “el costó de oportunidad”, “la relación costo/bneficio” y otras jerigonzas. Que a mí me aburrían desde antes que se jubilara Nunca contó un chiste. Ni le gustaba escuchar música, menos bailar.

Ahora le podría dispensar todo, menos que en la cama se me duerma. Cree que la cama es solo para dormir. Es un aburrido. Le he puesto de apelativo El Mueble. Aunque él no lo sabe, porque nunca lo he llamado así. En eso sí lo respeto. Pero se ve y se porta como un mueble más de la casa. Pero un mueble que jode. Y lo peor de todo es que se confabula con nuestras hijas cuando llegan del extranjero de vacaciones. Y ¡me hacen cada conflicto para que no venga al CAM! ¡Uf! ¡Si tu supieras!?



Remedios trata de aconsejar a Conchita para evitarle conflictos.

·
Con tanto conflicto te van a enfermar Conchita, ¿no se te ha ocurrido ir a la parroquia o al psicólogo de nuestro Centro del Adulto Mayor? A lo mejor con una pastillita lo tranquilizas un poco....

Conchita se reafirma en su actitud.

·
Mira Remedios, el psicólogo va a tratar de que acepte la realidad, como si el sacrificio fuera una virtud femenina. Además, no tengo vocación de mártir. El psicólogo sabe que mi marido por la edad, no va a cambiar. Y, por último, yo tampoco.

Si voy donde un consejero espiritual de la parroquia me va a decir que me integre a un grupo parroquial y que asista a las reuniones a rezar por mi alma y por la de mi marido. También me va a consolar y a pedir resignación y me dirá que Cristo ha hecho mayores sacrificios por todos nosotros.



En cambio, en el Centro del Adulto Mayor me siento libre. Escucho y cuento chistes de todo calibre. Me río de todo. Hasta con las sonseras que habla “Pato ciego” me distraigo.

Remedios no conoce a ese personaje y yo tampoco.

·
¿Y, quién es “Pato ciego”?

Remedios describe algunos personajes del Centro del Adulto Mayor.

·
“Pato ciego” es ese ginecólogo jubilado de lentes con luna “poto de botella”; y que estira el cuello para poder mirar. De tanto observar por el espéculo se estaba quedando ciego.



También me río condescendientemente de Lita, la que parece escapada de un cuadro de Modigliani, la que canta boleros con voz lánguida y tremolante, como si estuviera en una misa de difuntos, ajena a la interpretación de un tema romántico. En cambio, cuando canta el zambo Goyo Martínez “Caribe soy… de la tierra donde nace el sol…”, su voz acaricia, una se acaramela, se amelcocha con su pareja. Imagínate ¿qué me haría en mi casa o en la parroquia? Habiendo este CAM y tantos otros sitios para los adultos mayores en donde se baila con orquesta.

Como dice en una canción Sabina: ¡Qué el fin del mundo me agarre bailando! O mejor en otra situación...¡sería una muerte gloriosa! (sus ojos entornados y su sonrisa cómplice delataba el tipo de situación a la que se refería).

En esos momentos, la curiosidad de Remedios venció a su timidez y aprovechó la oportunidad para preguntarle a Conchita:

·
Ya que hablas de muerte. Me podrías decir ¿por qué has venido con traje negro? ¿Acaso estás de luto?

Conchita, aunque con un cierto remilgo, le da una respuesta insólita.

·
Ay! Remedios, qué preguntona eres! Pues, sí, estoy de luto por un acontecimiento sumamente trágico, y te lo diré sin tapujos, aunque cometa una infidencia: es porque a mi marido se le ha muerto el "pájaro". Y no resucita ni con flauta de fakir.

Las dos amigas se rieron. Remedios como un gatito que estornuda y Conchita a carcajadas. En ese momento, entró un “chico” setentón de pantalón blanco, lentes ahumados, camisa de seda con palmeras de colores chillones; y sin mediar palabra, la tomó de la mano. Conchita se levantó presurosa y se fue a bailar Lágrimas negras, un clásico de la música cubana. Con mi risa contenida, me acerqué a un sitio marginal del salón del baile y pude atisbar a Conchita; movía la cintura y los hombros como si se hubiera jubilado de todo, menos de la actividad sexual. El chico de camisa caribeña la incitaba con pasos que parecían de boxeador danzarín. Yo, ya no podía más, me retiré a un recinto discreto para desembalsar la risa contenida que fue acompañada de algunas lágrimas de alegría.

Pero, mi risa rápidamente se trasmutó en seriedad al sentirme iluminado por la Revelación del diálogo de Conchita y Remedios que me abrió el entendimiento. Pues, recién descifré el estado civil de Haydee; quien cuando la conocí, y a manera de presentación, me dijo: soy Haydee, viuda, con marido vivo.

Lima, Miraflores, 12/01/2008
rengifoantonio@yahoo.com

2 comentarios:

  1. me encantó el cuento, me hizo reir. Muchas gracias!

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  2. Hola.

    Saludos desde Monterrey, México.

    Felicidades por esta linda página.

    Volveré.

    Buena salud a todos.

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