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13/7/09

EL MILAGRO DE BEETHOVEN - de Antonio Rengifo Balarezo



La novena sinfonía de Beethoven es patrimonio cultural de la humanidad por declaración de la UNESCO y, desde 1985, el último movimiento, es el himno oficial de la Unión Europea.

La Coral, como también es llamada, fue escuchada por primera vez en Viena el 7 de mayo de 1824. Encantó al auditorio de aquella época y continúa despertando entusiasmo desbordante que patentiza la genialidad del autor y consagra a su obra como clásica.

Nunca se sabe las consecuencias que desencadenará una obra de arte cuando se independiza del corazón de su creador. En tal sentido, quiero expresar mi gratitud a Beethoven (1770-1827) por el milagro concedido. Les narraré, brevemente, cómo ocurrió tal prodigio.

Sabía, por el lejano horizonte histórico, que algunos personajes célebres tuvieron esposas terriblemente habladoras. A mí, sin ser célebre, me tocó una mujer similar. Se llama Parlera. Tiene pelo negro, lacio, cara de pajarito y amplias caderas. Es profesora y dirigente gremial en la universidad. Trabaja mayormente hablando.

Sin embargo, para Parlera no era suficiente hablar horas de horas diariamente dictando clases y tomando la palabra en asambleas de profesores, aún así le quedaba vigor para sobresaturar otros espacios sociales hablando y reconviniendo. Nuestro hogar fue otro de sus auditorios.

A Parlera la conocí en la Facultad de Letras de nuestra querida universidad. Era una joven inquieta: intervenía en las clases y en las asambleas estudiantiles; actitud poco común en las mujeres de aquella época. Nos impactó la Revolución cubana, la guerra en Vietnam, el auge de los movimientos campesinos en nuestra patria y los movimientos barriales en la ciudad de Lima. Habíamos estado juntos en nuestras luchas estudiantiles contra el aprismo. Para decirlo con otras palabras, teníamos afinidad política. Yo, sumamente idealista, creí que la afinidad política lo determinaba todo, incluso una convivencia armoniosa. Así es que apenas egresamos de la universidad nos casamos.

En los primeros años de matrimonio nuestra casa estuvo muy animada; tuvimos nuestros hijos y concurrían frecuentemente mis amigos de barrio y nuestros amigos de la universidad; ya que fui el primero de mi generación en casarme.

Cuando nuestros amigos les preguntaban a nuestros pequeños hijos cuántos años tenían, cuáles eran sus nombres; Parlera, inmediatamente, respondía por ellos y así con cualquier otra pregunta. Y si alguno de ellos tenía una idea original o independencia de criterio, argumentaba hasta doblegarlo, sin tener en consideración que eran niños.

Las conversaciones amigables y hasta cierto punto frívolas se trasformaban, fortuitamente, en duelos verbales porque no toleraba la disensión. Peor aún cuando se trataban temas ideológicos o políticos. Parlera creía saber de todo y ser dueña de la verdad. ¡Pobre de aquel que osara rebatirla! Se exponía a los tormentos de su interminable perorata y terminaba abandonando la discusión por agotamiento. Varias veces por su desatino o impertinencia se enturbió una reunión festiva.

El día de mi cumpleaños monopolizaba la conversación; ella era el centro de la reunión; yo y los concurrentes sólo existíamos para escucharla. Como esa actitud de Parlera se repetía todos los años le pedí que el día de mi cumpleaños solamente me regalara media hora de su silencio. Pero, como era previsible, nunca recibí tal regalo. Como también era de esperarse, nuestros amigos y hasta mis padres se fueron alejando con discreción. Quedamos, mis hijos y yo, a su merced.

Aunque yo cedía en las discusiones de pareja los conflictos no amenguaron. Parlera se descontrolaba y mis hijos se alarmaban. Me pedían que no la contradijera en nada para que no gritara ni ellos se sintieran nerviosos. A mi hija mayor, aún niña, las discusiones hogareñas le desencadenaban crisis asmáticas.

A pesar de la invocación de mis hijos, una vez me propuse emplearme a fondo en la discusión y sostener mi argumentación hasta las últimas consecuencias. Parlera no escuchaba ni dejaba resquicio para un dialogo fructífero; sin embargo, logré desarmarla y se sintió como un insignificante gorgojo. Lloró lastimeramente, pero, luego se repuso. En cambio, yo quedé extenuado y dispuesto a no repetir el tremendo esfuerzo.

Algunas veces huía para no escuchar a Parlera. Me iba a otra habitación o salía de la casa a cualquier lugar; pero no me libraba de ella, pues era persecutoria. Sabía cual era su arma letal.

En aras de la convivencia familiar armónica y para no alarmar a mis hijos, le propuse un pacto de una sola cláusula: evitar las discusiones en presencia de nuestros hijos. Parlera aceptó de inmediato, pero ¡vano deseo el mío! nunca cumplió el pacto; reincidió muchas veces con lo que desvirtuó lo pactado.

Para sobrellevar la situación conflictiva opté por fumar en pipa, la pipa de la paz; pero, los efluvios aromáticos del tabaco no aplacaban a Parlera ni tampoco yo lograba sosegarme.

En mi búsqueda por encontrar la forma de neutralizar la ansiedad verbal de Parlera me acordé de una creencia popular: cuando una mujer es conflictiva y habladora se debe a que no tiene marido; o, si lo tiene, el marido no la deja privada; en otras palabras, no la satisface plenamente. Y me dije: posiblemente no me doy cuenta que tiene alguna carencia al respecto. Entonces, apliqué todos mis recursos para intensificar los placeres que dimanan de la sexualidad. Esta tentativa, tampoco surtió efecto. Parlera, no se relajaba plácidamente, rápidamente se reponía y muy oronda volvía a las andadas.

¿Qué hacer? ¿Se avendría a un tratamiento psiquiátrico? Lo que me pareció difícil, resultó fácil. Conversé con Parlera y me puso dos condiciones. Que ella le tuviera confianza al psiquiatra y que el tratamiento fuera para los dos. Acudí donde un amigo común y reputado psiquiatra; cuya esposa era psicóloga y también amiga nuestra. El amigo psiquiatra me dijo optimistamente que la mayoría de enfermedades psiquiátricas eran curables, excepto las de origen orgánico y se ofreció gentilmente a tratarnos.

Acudimos a nuestra primera cita. Desde un principio Parlera cuestionó los conocimientos del psiquiatra y definió los términos en que debía desenvolverse la presente reunión y las futuras que tuviéramos. La reacción de nuestro amigo psiquiatra fue expulsarla de su consultorio con términos enérgicos. Parlera tuvo que salir. Yo me quedé. La esposa de mi amigo le dijo que no hubiera perdido la paciencia. ¡En fin…!

Si con nuestro amigo psiquiatra hubo una sesión interrumpida abruptamente, no fue así con una psiquiatra del hospital Larco Herrera a quien ella le tenía confianza. Esta vez, Parlera llegó a la tercera sesión. Pues, solo desertó cuando la psiquiatra estableció ciertas medidas que ambas partes debíamos de cumplir. Adujo que la psiquiatra se parcializaba conmigo.

Estuve desorientado, pero siempre aguzando el ingenio pues, era una cuestión de sobrevivencia. Me acordé de una historia pintoresca que me contó un amigo que intimó ocasionalmente con un charlatán, de esos que viajan de pueblo en pueblo ofreciendo curar enfermedades irremediables y resolver problemas insolubles. Le había confiado el secreto que le devolvió la lucidez a una loca joven considerada incurable. Los padres de la loca acudieron al hospedaje del charlatán como última esperanza, ya que el médico del pueblo y el sacerdote habían fracasado en sus intentos por sanarla.

El charlatán les dijo a los padres que lo dejarán solo con la joven. Al poco rato salió curada. Bueno, pero ¿cómo lo hizo? La joven hablaba irrefrenablemente y hacía lo que le daba la gana sin acatar ninguna amonestación. El charlatán la miró fijamente a los ojos y le aplicó un puñete que la privó al instante. Fue suficiente. Se despertó curada. Tal prodigio se difundió en el pueblo, numerosas personas formaban cola para ser atendidos. Pero esa es otra historia. Volvamos a la nuestra

Con ese halagador resultado ensayé, contraviniendo mis principios, la misma “medicina”. Pero no tuve el mismo éxito, sino todo lo contrario. Parlera trastabilló pero asimiló el golpe y renovó su stock verbal con armas de última generación. Tuve que soportar heroicamente un bombardeo de sobresaturación.

Sabía que estaba en inminente riesgo, pues las enfermedades mentales son más contagiosas que las enfermedades infecciosas. Tal como un dicho popular lo afirma: un loco hace cien locos. Llegado al punto límite, se me ocurrió algo insólito: pedirle ayuda a Beethoven.

Me explico. Como Parlera iniciaba sus peroratas desde que despertaba, coloqué mi toca casete debajo de nuestra cama, al alcance de mi mano, con la Novena sinfonía lista para ser escuchada. Apenas Parlera empezaba, yo activaba el toca casete y, Beethoven, me transportaba al paraíso. Me sentía libre y con renovada alegría. Estaba blindado. Ya Parlera podía decir lo que quisiera durante el tiempo que le apeteciera…. Y…. con el tiempo…. Parlera huía ante Beethoven como Drácula ante la cruz.

Díganme, ustedes, si no estaré agradecido a Beethoven que me salvó de la locura.


Primera versión: 26/05/2001
Última versión: 09/07/09
rengifoantonio@yahoo.com

http://www.youtube.com/watch?v=_-mvutiDRvQ
letra en alemán y su traducción:
O Freunde, nicht diese Töne!
Sondern laßt uns angenehmere anstimmen, und freudenvollere.

Freude, schöner Götterfunken
Tochter aus Elysium,
Wir betreten feuertrunken, Himmlische, dein Heiligtum. Deine Zauber binden wieder, Was die Mode streng geteilt; Alle Menschen werden Brüder, Wo dein sanfter Flügel weilt. Chor Wem der große Wurf gelungen, Eines Freundes Freund zu sein, Wer ein holdes Weib errungen, Mische seinen Jubel ein! Ja, wer auch nur eine Seele Sein nennt auf dem Erdenrund! Und wer´s nie gekonnt, der stehle Weinend sich aus diesem Bund! Chor Heute trinken alle Wesen An den Brüsten der Natur, Alle Guten, alle Bösen Folgen ihrer Rosenspur. Küsse gab sie uns und Reben, Einen Freund, geprüft im Tod. Wollust ward dem Wurm gegeben, Und der Cherub steht vor Gott. Froh, wie seine Sonnen fliegen Durch des Himmels prächtgen Plan, Laufet, Brüder, eure Bahn, Freudig wie ein Held zum Siegen. Seid umschlungen, Millionen! Diesen Kuss der ganzen Welt! Brüder - überm Sternenzelt Muss ein lieber Vater wohnen. Ihr stürzt nieder, Millionen? Ahnest du den Schöpfer, Welt? Such ihn überm Sternenzelt, Über Sternen muss er wohnen.


Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos cantos más agradables y llenos de alegría! ¡Alegría, hermoso destello de los dioses, hija del Elíseo! ¡Ebrios de entusiasmo entramos, diosa celestial, en tu santuario! Tu hechizo une de nuevo lo que la acerba costumbre había separado; todos los hombres llegarán a ser hermanos allí donde tu suave ala se posa. Coro Aquel a que la suerte ha concedido una amistad verdadera. quien haya conquistado a una hermosa mujer ¡una su júbilo al nuestro! Aún aquel que pueda llamar suya siquiera a un alma sobre la tierra. Más quien ni siquiera esto haya logrado, ¡que se aleje llorando de esta hermandad!
Coro Todos beben de alegría en el seno de la Naturaleza. Los buenos, los malos, siguen su camino de rosas. Nos dio besos, vino y un amigo fiel hasta la muerte; Voluptuosidad le fue concedida al gusano y al querubín la contemplación de Dios. Gozosos como vuelan sus soles, a través del formidable espacio celeste, recorred así, hermanos, vuestro camino gozosos como el héroe hacia la victoria.

¡Abrazaos millones de criaturas! ¡Qué un beso una al mundo entero! Hermanos, sobre la bóveda estrellada Debe habitar un Padre amoroso. ¿Os postráis, millones de criaturas? ¿No presientes, oh mundo, a tu Creador? Búscalo más arriba de la bóveda celeste ¡Sobre las estrellas ha de habitar!

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